Cuando
Dominique Bredoteau paseaba, una mañana cualquiera, absorto en sus
pensamientos por las calles de París no pudo siquiera intuir lo que le
esperaba tras el trémolo sonido del teléfono. Anonadado, se acercó a la
cabina que sonaba insistentemente ajena al ajetreo de la calle y a lo
insusal de su comportamiento. Dentro, en el reducido espacio donde
apenas cabía una persona, le esperaba pacientemente la sorpresa que
Amelie Poulain había preparado para él: una pequeña caja no más grande
que las cansadas manos de aquel hombre sorprendido. Desconfiado miró a
su alrededor esperando encontrar al autor de aquella extraña situación,
de esa absurda broma de la que estaba siendo objeto. Sus ojos nerviosos
se posaron con más detenimiento en la caja y entonces lo supo. Supo que
lo que había dentro era mucho más grande que el reducido espacio donde
apenas cabía una persona. Supo que otro hombre, otro niño, le esperaba
dentro de aquella caja de recuerdos olvidada años atrás.
Y
ocurrió. Sus dedos torpes presionaron el cierre y quedaron libres
centenares de recuerdos, de olores, de lugares, sensaciones enterradas.
Las canicas guardadas, el soldadito de plomo, los años de colegio, los
amigos perdidos... todo salió de aquella caja produciendo en
insoportable aleteo de mil mariposas, el estruendo ensordecedor de mil
violines tocando juntos una melodía conocida pero olvidada. Y Bredoteau
lloró impotente ante la presencia de ese hombre, de ese niño que fue y
que apenas se adivinaba entre las grietas de sus manos cansadas.
De
alguna manera, los muelles de Goon son mi caja de recuerdos particular.
Son un lugar de paso por donde cruzan cientos de caminos antiguos. Son
el lugar donde uno siempre se sentirá orgulloso de ser Goonie, donde
siempre puede tener lugar una aventura. Son el lugar seguro de las cosas
conocidas y vividas. El lugar, en fin, donde viven en armonía Marty
McFly, Gizmo, los Trotamusicos, Piraña, Chanquete, los bollycaos y las
tardes soleadas junto a Oliver y Benji. La parcela de nostalgia en la
que todos veraneamos mientras el invierno, y la vida, siguen su curso
inmanejable.
Una gran idea este blog, Jesús.
ResponderEliminarNostálgico y entretenido.
Un abrazo muy fuerte y suerte
Alex