miércoles, 21 de noviembre de 2012

1x02 - Mi máquina del tiempo

Había que acelerar hasta ponerse a ciento cuarenta kilómetros por hora, ¿recuerdas?. Había que introducir la fecha del viaje en el panel y hacer que el condensador funcionara. Había que pisar a fondo y confiar que en el último segundo un rayo, un monopatín o una vía de tren aún sin construir hiciera posible el milagro y nos trajera de vuelta a casa, a punto para el baile. Pero a Marty siempre le salían las cosas bien. Tenía siempre el as de la manga en la mirada y tenía todo el tiempo del mundo. Llegaba tarde a clase y no soportaba que nadie le llamara gallina. 

Era un tipo especial, pero tenía problemas de chico corriente. No tenía muchos amigos y se preguntaba quiénes eran los dos extraños que se sentaban a la mesa a cenar cada noche. Marty, al igual que la mayoría de adolescentes, no era capaz de intuir a la persona que se escondía tras la figura de su padre. Vivía ajeno a los caminos que habían llevado a sus padres de la mano hasta la mesa donde cenaban en silencio. Conocía la anecdota, sí, el baile 
del encantamiento bajo el mar, pero desconocía los pasos en falso, las ilusiones, los atrevimientos, las manías.  Desconocía que habían tenido una vida. Que su apática madre se montaba con cierta facilidad en los coches de los chicos, que bebía alcohol cuando estaba prohibido. Que su padre tenía talento para escribir y pocos reparos a la hora de espíar a mujeres desnudandose. Marty tuvo una forma curiosa de andar el camino que todos andamos. Pudo remontar el tiempo y mirar a los ojos a un joven George McFly con el que compartió confidencias, miedos, ilusiones. Pudo conocer a una joven muchacha que, antes de convertirse en su madre, se enamoró de él y le persiguió por los pasillos del colegio. Después de aquel viaje Marty pudo ver en ellos a los padres y a las personas, como nosotros cuando aprendimos a mirar más allá de nuestro ombligo. Pero hizo falta mucho más ¿recuerdas? George tuvo que cambiar y echarle valor para poder bailar con la chica. Uno siempre quería ser como Marty pero se reconocía mucho más en George, con poca gracia y el matón siempre detrás de la oreja. Por eso resultaba tan gratificante ver a Biff caer desde lo alto de su imbecilidad impulsado por el puñetazo de George. Al final él también sacó su lección. Al igual que Daniel San, se fue de allí con la dudosa idea de que la confrontación y la lucha son el camino más corto para llegar al respeto y a la chica.

Marty arreglaba su vida arreglando la de los demás. Arregló la de sus padres y, sobre todo, salvó a Doc de una muerte repentina. Ambos aprendieron que, al final, los libios siempre nos acaban encontrando. Que no se puede escapar de ciertas cosas. Pero que, contar con el otro, confiar en él, puede convertirse en el chaleco antibalas que nos salve la siguiente vez que vengan.

En los muelles de Goon hay un Delorean aparcado. Tiene las luces rotas y le falla el contacto de la llave. Puede verse en el panel la fecha de los últimos viajes. Estuvo en los ochenta y luego estuvo en el futuro. Viajó exactamente al 5 de julio de 2010. Hace un año de aquel futuro y las cosas no son cómo esperabamos, ¿recuerdas?, aquel verano en el que el tiempo se detuvo bajo la forma de un cartel de "to be continued". Algunas noches me paseó por allí y me dejo caer en el asiento del conductor. Marco fechas pasadas en el panel, aguanto la respiración, giro la llave y cierro los ojos esperando al abrirlos estar lejos de aquí. Pero mi Delorean nunca se mueve y desando el camino barruntando recuerdos. Y me duermo otra noche preguntandome de dónde voy a sacar el valor para construir mi chaleco antibalas.

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