Más allá del arcoiris, más allá del
acantilado que se perfila entre la niebla, se escondía la enorme roca
que el doblón había revelado al caer del mapa del tesoro en el desvan de
Mikey. Cerca de allí se alzaba indeciso el desvencijado caserón donde
se escondían los Fratelli y, cerca de este, reposaba escondido el tesoro
de Willy el Tuerto bajo la atenta mirada sin ojos del pirata muerto.
Encerrado en un sótano, como sepultado bajo secretos, el gigante Sloth
tiraba de sus cadenas y reía como un niño cada vez que alguien dejaba
caer a sus pies una chocolatina.
Aquel verano los Goonies
aprendieron a vivir más allá de la vida del desván, el jardín y la
tienda de caramelos. Presenciaron cómo la vida, bajo la forma de
especuladores inmobiliarios, se abría paso entre ellos ajena a sus
voluntades dispuesta a arrebatarles su sueño. Los muelles de Goon, aquel
rincón que había visto crecer y juntarse a aquella pandilla, iban a ser
demolidos. Y con ellos la infancia, las risas despreocupadas y el
presente extatico en el que nunca se pronunciaba la palabra "mañana".
Había llegado el momento forzoso de hacerse mayor y olvidarse de
aquellas caras y aquellos motes. Pero los Goonies dijeron que no. Se
plantaron. Recordaron que un Goonie nunca dice "muerto". Y se lanzaron a
una aventura llena de piratas, trampas, barcos hundidos, mafiosos y
tesoros. Pero su hazaña, su aventura más grande, fue la de aprender en
ese transcurso a superar sus miedos para permanecer junto a los suyos,
para defender aquello en lo que creían. Lo grandioso de su viaje fue
aprender que luchar contra piratas, por ejemplo, es mucho más fácil que
luchar contra uno mismo y sus fantasmas. Que dentro de cada uno de ellos
existían cosas que solían esconder pero que, lejos de ser vergonzosas,
eran virtudes capaces de salvarles de una muerte cercana. Aprendieron
que no importa cuán guapa sea la chica o cuán feo sea el monstruo; que
lo importante está detrás de aquello. Y los Goonies detuvieron el
tiempo. Se ganaron al fin el derecho a abandonar sus recuerdos, sus
motes y su infancia cuando a ellos les viniera en gana; como hacen los
hombres que han peleado por aprender la lección.
Después
de aquello cada uno de los chicos que interpretó a los Goonies tomó su
camino y nunca se supo mucho más de ellos. "Mikey" se alejó del mundo
del cine hasta que años después, sin ningún revuelo, volvió para
encarnar a Sam Sagaz, el inseparable de Froddo Bolson. Su hermano en la
película, Brand, ocupó un lugar muy discreto en el mundo de la actuación
hasta que regresó con un papel importante en "No country for old men",
curiosamente acompañado de Javier Bardem. Gordi flirteó con el mundillo
sin mucho acierto hasta que el 91 decidió dejar de intentarlo. Data, que
el año anterior había sido compañero de Indiana Jones en el templo
maldito, acabó por dedicarse a ser doble en escenas de acción y
coreógrafo de luchas. Sloth, jugador de futbol profesional, se deshizo
de su maquillaje, dejó crecer pelo en su cabeza y se convirtió, quién lo
diría, en el galán que muestra la imagen para morir en 1989 por
sobredosis. Richard Donner, el director, fue el responsable de títulos
tan emblemáticos como Superman, Arma letal, La profecía, Lady Halcón y
otros tantos.
Y no sé más de ellos.
Muchas veces, tumbado a la
sombra de los muelles de Goon, me parece entrever la silueta de un
barco que sale del mar. Y siento en mi cara la risa de los chicos y el
grito alegre de Sloth, huelo la aventura en el aire y salto emocionado
esperando encontrarme sus caras de nuevo, esperando que vengan y traigan
consigo noticias de mí. Luego pasa una nube, deja su sombra y sigue sin
haber ni rastro de ellos. Y me pregunto con envidia en qué andarán esta
vez metidos; y por qué no habrán venido a buscarme.
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